-Cada vez tengo más claro que soy adicta al dolor.
- ¿Adicta al dolor?
-Sí, al exquisito dolor de amar a alguien inalcanzable

martes, 29 de noviembre de 2011

# 2


Vuelvo con otro recuerdo, hoy es uno de esos días en los que la fiebre y el malestar se apoderan de mí, síntomas que sólo él con sus divertidas charlas podía aliviar.

Estos momentos no llevan un orden determinado, es más, está todo lleno de saltos en el tiempo, pero no me importa. Hay quien dice que el orden de los factores no altera el producto, yo realmente lo único que deseo es terminar de contar nuestra historia para poder entregarme a una nueva que no tenga nada que ver contigo.

5 de Enero de 2011.

Me encontraba en Valencia capital, en un bar restaurante llamado "café & té", con la que en ese entonces era mi mejor amiga, Amanda. Estábamos esperando a Fran, pues aparte de habernos pagado el viaje, el alojamiento y todos los caprichos que quisimos, habíamos quedado con él esa última mañana para desayunar y estar un rato los 3 solos antes de volver a Madrid. Habíamos quedado a las 11 pero ya eran las 11:30 y aún no aparecía. Mi amiga se exasperó, impaciente. Yo me eché a reír, pues estaba más que acostumbrada a sus retrasos. Finalmente le reconocí al final de la calle. No me fue difícil. Podría haberle reconocido a 3 calles de distancia, pues hacía mucho tiempo, sin quererlo, me había vuelto aficionada a reconocer sus pasos, su manera de caminar e incluso de vestir.

Se acercó a nosotras. Dio dos besos a Amanda, a mí me abrazó. Me extrañó, como era de imaginar. Entramos dentro del restaurante y pedimos el desayuno. Fueron 2 horas muy divertidas, muy nuestras. Sin discusiones, ni preocupaciones. Simplemente, charlando animadamente y gastándonos bromas todo el rato. En algún instante de la conversación, me observó de ese modo que sólo él sabía hacer. Con ese cariño, esa ternura en la mirada que en ocasiones se transmitía hasta en nuestras fotos.

- ¡Cuánto te quiero...!-exclamó en un suspiro que se perdió en el aire.
Le miré sorprendida. Y él, siempre tan atento a mis reacciones, contestó:
-¿Qué ocurre? Me miras como si nunca lo hubieses oído.
-Pues es cierto. Es que nunca me lo has dicho.

Él sonrió, y con una de sus manos sujeto mi mentón con infinita delicadeza, acercándose a mí. Era en esos momentos en los que todo dejaba de existir, en los que sólo estábamos él y yo. Su dulce mirada, su piel sobre la mía, los latidos desbocados de mi corazón. Jamás me acostumbré a esa sensación.

Y su boca estaba a escasos centímetros de la mía...
-Te quiero.-susurró

Entonces, presionó sus labios contra los míos. Fueron apenas unos segundos, los suficientes para hacerme sentir que realmente podría morir en ese instante, y hacerlo feliz. Sabía que ese beso no tenía el mismo significado para él que para mí, pero... ¿Qué importaba? Estaba segura de que podría seguir viviendo de esos momentos para siempre.

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Aún hoy, sigo buscando volver a sentir lo que sentía estando contigo, lo que sentía cuando tu mirada se clavaba en la mía, lo que una sola caricia tuya era capaz de estremecerme. No ha sido así. Pero no te preocupes, no dejaré de buscarlo.

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