Salió del taxi con el ramo de flores entre sus brazos, fijando la vista en el suelo para no perder el equilibrio. Y entonces al levantar la cabeza le ve, de pie, a unos metros de ella, observándola con una sonrisa. Se acerca despacio a él, titubeante, contando los segundos que quedan hasta llegar a sus brazos. Finalmente, tras lo que le parece una eternidad, se dan dos besos y un pequeño abrazo. Ella le ofrece el ramo que sostiene:
-Esto es para ti Fran, de parte de las chicas y mía.
No contesta, no hace falta. Recoge el obsequio y la premia con una tierna sonrisa.
-Estás muy guapa.
-Vaya, muchas gracias.
-Y más mayor.
Ella le mira con una sonrisa enorme en el rostro, esas que casi salen sin planearlo.
Se sientan en una terraza al sol para tomar un café. Uno al lado del otro. Él, sosteniendo las flores sobre sus piernas. El tiempo transcurre rápido, como cada vez que están juntos. Bromean, se preguntan sobre las últimas novedades. Ríen, ríen hasta llorar. Todo es de repente tan sencillo, tan fácil como respirar. Y ella... Ella apenas puede ser más feliz.
Finalmente llega la despedida. Se dan dos besos. Ella anhela algo más, pero no se atreve.
-Cuídate mucho Fran.
-Tú también. Y escríbeme
-No quiero agobiarte, de verdad...
-Tú nunca lo haces. Escríbeme por favor, aunque tarde en contestar horas, pero hazlo.
Sonríen una vez más, y cada uno inicia su camino en diferentes direcciones. Entonces, una de sus amigas hace que se detenga, y la dice:
-Venga Isa, que lo estás deseando.
Ella duda. Le mira con la duda inscrita en sus ojos. Él le devuelve la mirada con una sonrisa, una de las suyas. No necesita nada más. Se acerca a él y funde su cuerpo con el suyo en un abrazo que desearía que nunca, jamás, tuviese final. Y justo entonces, él la alza del suelo varios centímetros, pegándose así mucho más.
-Peso un poco más que las chicas-bromea ella.
-Para nada- susurra él. Un susurro íntimo, lleno de cariño, ¿Quizás de algo más...? No lo sabe. Él parece gratamente sorprendido por el cambio no sólo físico, sino mental de ella.
Y de repente, él la susurra al oído algo que jamás creía que iba a escuchar.
-Te quiero mucho.
Siente como el corazón se le llena de la más pura y absoluta felicidad, como se le tiñen las mejillas de rojo. Quiere comerle a besos, decirle que ella le quiere muchísimo más, que le adora con cada parte de su pequeño cuerpo, pero a pesar del estallido de sensaciones y emociones en su interior, con una calma innata en ella, responde casi al instante:
-Y yo a ti.
Quiere decirle más, pero guarda silencio. Siente que algo ha cambiado. Que es a partir de ESE momento, en el que las cosas tienen la opción de cambiar, sólo tiene que saber actuar, despacio, con calma. Casi sibilina. Sabe que con ayuda de su amiga pueden cambiar las cosas. Y eso es lo que le hace feliz.